domingo, 28 de agosto de 2016

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Tras el paréntisis estival, la reunión tendrá lugar el martes 13 de septiembre en el lugar acostumbrado.

Bestiario

  “BESTIARIO”, de Julio Cortázar, o la monstruosidad de lo cotidiano

“Me desnudo a gritos de lo diurno y moviente” (Cortázar)

Borges, que era un lector implacable e incansable, además de excelente crítico, escribió lo siguiente a propósito de uno de los muchos cuentos de Julio Cortázar (1914-1984): “Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio. La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un animal en un hombre. También se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo. En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales”  

Una apacible y acogedora casa que oprime progresivamente a sus moradores hasta la definitiva expulsión; la carta de un suicida a su casera explicando  que ni toda la comodidad ni el minucioso orden de la vivienda son bastantes para contener su locura ni sus paranoias (conejitos); un  trayecto en el colectivo convertido en una fantasmagórica experiencia sufrida por aquellos que son diferentes del resto; la transmigración de un alma que habita el cuerpo de dos mujeres separados por océanos y continentes hasta su definitivo reencuentro en un puente helado; una granja cuyos animales trastornan la salud y el bienestar de sus cuidadores mediante terribles dolores de cabeza; unos bombones trufados de seducción y de asco mortal, y podemos seguir así con los demás cuentos de Bestiario y de otros títulos.

La monstruosidad de lo cotidiano, o la cotidianidad de lo monstruoso, la realidad deformada y deformante en la que acechan espantos a la vuelta de la esquina, en cada sueño, en cada vivencia, esa realidad en que Cortázar nos ayuda a desnudarnos a gritos de lo diurno y moviente. O se desnuda él acompañado siempre de esas prolijas relaciones de cosas triviales de las que hablaba Borges. En otros cuentos de Cortázar posteriores encontramos circunstancias similares: el voraz apetito de un público entregado a sus músicos, la inconfesable muerte del hijo menor de una anciana como factor capaz de subertir el orden de toda la casa hasta hacer al difunto más real de lo que era en vida, la aparentemente sencilla tarea de colocarse un jersey como causa única de un súbito descenso de doce pisos, el perpetuo estancamiento de unos viajeros en carretera, etc. Y siempre lo diurno y moviente alrededor, la normalidad como atmósfera de lo irreal, lo cotidiano como coartada de lo asombroso.

Cortázar publicó Bestiario, su primer libro de cuentos, hacia 1951. Algún tiempo antes el relato Casa tomada había sido presentado por el propio autor a Borges, entonces director de la revista “Sur” quien, sin previo aviso, decidió publicarlo inmediatamente, ante la sorpresa de Cortázar cuando regresó a la editorial unas semanas más tarde para preguntar al genial ciego su opinión sobre el material entregado. Tal vez haya influencias de Poe en Casa tomada y en otros cuentos de Cortázar. A mí me parece un relato muy siglo XX, directamente emparentado con el Kafka más inquietante de “El proceso”. En la película de Buñuel “El ángel exterminador”, los invitados a una gran fiesta no pueden abandonar la casa, no sabemos por qué razón. Aquí es la propia casa la que expulsa a los moradores, sin que tampoco sepamos muy bien el motivo. Tal vez por su aislamiento del mundo, tal vez por ese hermanamiento cuasi incestuoso en que viven y sólo la expulsión del Paraíso es el castigo merecido, o tal vez porque el peronismo llega para defenestrar o exiliar a muchos de los argentinos que hasta ese momento vivían apaciblemente en su país.

En Ómnibus la causa del desasosiego, o de la opresión, lo espantoso diurno y moviente se manifiesta de forma no menos fantasmal, en los propios viajeros del colectivo y en el conductor. En este relato sobre la intolerancia hacia lo diferente, la causa de la exclusión viene simbolizada en las flores, o más bien en la ausencia de flores con que dos de los ocupantes son castigados durante el trayecto hacia el cementerio de Chacarita. La pacífica sumisión con que ambos protagonistas olvidan su cualidad diferencial al comprar finalmente las flores refleja, quizá, el pesimismo de Cortázar ante la asfixiante presión del entorno, ante el hostigamiento de la masa informe, causa final de la claudicación de la diferencia, del amor, de la propia libertad.

Son los dos relatos que, particularmente, más me impresionan de Bestiario, y que se desenvuelven en una linea opresiva semejante a la que, por esa misma época, había desarrollado Sábato en El túnel, que también fue su primera obra, o en algunos cuentos de Borges (“El Evangelio según San Marcos”, “Tres versiones de Judas”). Y todos coinciden en ser obras muy de su tiempo, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, con la humanidad aún tratando de recuperarse del horror vivido y atónita por unos acontecimientos para los que entonces (y ahora) no existía suficiente explicación.  El espanto de lo cotidiano, insisto.

Por esa misma época (finales de los 40 y primeros 50), Charlie Parker, a quien el propio Cortázar admiraba, había reinventado el jazz gracias al bebop (frenético, exploisvo, cuya melodía subyacía en un frenesí de notas zigzagueantes y de armónicos imposibles), Francis Bacon pintaba a un aterrorizado Papa en una alucinante versión del Inocencio X de Velázquez, y Hitchcock era el director cuyas películas más recaudaban en Estados Unidos al mostar a individuos corrientes atrapados en circunstancias excepcionales (en “North by Northwest” un avión fumigador persigue a Cary Grant; al protagonista lo toman erróneamente por otro hasta que, finalmente, él mismo acepta dicha identidad). La posguerra, la confusión, el existencialismo sartriano. Lo cotidiano monstruoso como ética y estética.

Y ya que hablamos de reflejos de época, Bestiario se publicó un año antes de la muerte de Evita Perón, por lo que el relato “Las puertas del cielo” más parece una profecía que una metafórica reflexión sobre la reina de los descamisados y de las cabecitas morenas (los monstruos). Es difícil no ver en Cecilia, cuya muerte ha desquiciado a Mauro, y en su querencia hacia la farra, los bailes y el tango, un trasunto de Eva Perón, de su pasado como cabaretera y de la pasión que desataba allí donde el justicialismo obtuvo sus mayores réditos electorales, entre los monstruos que tanto espantan al doctor/Cortázar. Otra interpretación vincularía al cuento con un recorrido dantesco, de modo que la presencia final de Cecilia equivaldría a la de Beatriz en La divina comedia. Cada relato es rico en interpretaciones y lecturas, indicio claro de cuando la obra, por su calidad, supera la intención inicial del escritor.

Carta a una señorita en París es un delicioso cuento en que el autor aborda la locura (obsesión, neurosis, paranoia) de un tipo incapaz de salvarse a sí mismo. Ni todo el perfecto orden y quietud de la casa alquilada, ni tampoco la discreta servicialidad de Sara sirven al suicida para librarse de sus ingobernables terrores. Ante nosotros, Cortázar le desnuda a gritos de lo diurno y viviente, y advertimos su soledad inmensa, sus fobias, su justificado insomnio, sus alucinaciones hasta la tragedia final, cuando el narrador manifiesta su voluntad de acabar con todo de la forma más discreta, tratando de no molestar a los colegiales que pasarán por la calle y verán su cuerpo. Nadie, claro, reparará en los conejitos, porque ya el muerto se ha llevado consigo sus miedos, lo diurno/nocturno y viviente que se erigían en su espanto cotidiano. Es un cuento asombroso.

Lejana es, posiblemente, el cuento más fantasmal del conjunto, con el clásico tema del doble dominando el diario de Alina Reyes (Es la Reina y….) hasta que, al final, el texto cambia la óptica narrativa. Reina y mendiga, doble identidad, trasmigración de las almas, lo fantasmagórico acechando otra vez en medio de los días y las horas.

Pero ¿quién es el horror? ¿Quién lo crea? ¿Está fuera o dentro de nosotros? Casa tomada, Circe y Ómnibus parecen situarlo fuera de los personajes, pero Carta a una señorita de París, Lejana y Cefalea más bien lo ubican dentro de nosotros mismos, en nuestra propia mente, o como producto de nuestra incontrolable fantasía, generadora del posterior espanto. O tal vez habría que ver en ese horror no una iniciativa caprichosa del destino (la expulsión de la casa, las miradas agresoras del colectivo, etc), sino una respuesta horrorizada ante nosotros mismos: la casa que se rebela, los viajeros que no soportan nuestra desafiante diferencia durante el trayecto, la enigmática Delia que sólo actúa homicidamente cuando Mario la pretende con obstinación, o algunos trabajadores de la granja que huyen temerosos de las mancuspias y sus enfermedades transmisoras.

He leído y releído con singular placer varias de las páginas de Bestiario, como también los cuentos de “Final del juego” y “Todos los fuegos el fuego”. En ellos es frecuente el deleite de Cortázar en el juego literario, el afán de sorprender al lector, las trampas a la vuelta de la esquina (como ya indicara Vargas Llosa), la experimentación en los temas y en las formas narrativas. No sólo los ya mencionados en Bestiario. Hay muchos relatos cortos estupendos: La autopista del sur , La continuidad de los parques, Las Ménades, La señorita Cora, La salud de los enfermos son obras maestras de un género que por su brevedad y, al igual que sucede en la poesía, exige la perfección en cada página.

Vale la pena resaltar la opinión de Mario Vargas Llosa, amigo y admirador de la obra de Cortázar:“…ningún otro escritor dio al juego la dignidad literaria que Cortázar ni hizo del juego un instrumento de creación y exploración artística tan útil y provechoso como él. Pero diciéndolo de este modo tan serio, altero la verdad: porque Julio no jugaba para hacer literatura. Para él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida -las palabras, las ideas con la arbitrariedad, la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con que lo hacen los niños o los locos. Pero jugando de este modo la obra de Cortázar abrió puertas inéditas, llegó a mostrar unos fondos desconocidos de la condición humana y a rozar lo trascendente, algo que seguramente él nunca se propuso. No es casual -o más bien sí lo es, pero en ese sentido de "orden de lo casual" que él describió en una de sus ficciones- que la más ambiciosa de sus novelas tuviera como título Rayuela, un juego de niños”.

Pero hay que leerlo, claro. Si no entramos en el juego de la lectura (y lecturas paralelas) que propone Cortázar el placer es imposible. Sería una lástima no disfrutar de él.

Las Palmas de Gran Canaria, septiembre 2016


Carlos