domingo, 6 de diciembre de 2015

Carthage


Elegí esta autora por casualidad y también por algo de curiosidad. Nunca había leído algo una obra suya, pero había oído hablar de Oates como una gran escritora contemporánea. Además tiene un nombre que suena bien – Joyce Carol Oates - y su foto, la de una muñeca envejecida de los años veinte, no se olvida. 
Mi otro punto de partida fue el nombre de la novela: Cartago. Aunque sabía que la historia se situaba en una ciudad americana de hoy en día, el título sonaba a imperio romano, guerra y derrota con un toque exótico y enigmático.
La sorpresa fue bastante grande, cuando en las primeras páginas me encontré envuelto en la mente de un padre, Zeno Mayfield, tratando de encontrar con un gran grupo de búsqueda a su hija desaparecida en los bosques salvajes cerca de su ciudad, Cartago. Viví con él la desesperación y su agotamiento hasta el colapso cuando ve el cadáver de una cierva y a primera vista parece ser el cuerpo de su hija Cressida.
Me di cuenta en seguida de que gran parte de la  novela consiste de un monólogo interior de varios personajes:
El padre Zeno Mayfield, la madre Arlette, la hija guapa Juliet, su prometido Brett Kinkaid
y Cressida, la hija lista.
La estructura de la novela es clara y ordenada, como se ve por ejemplo en los títulos de las tres partes: Joven desaparecida, Exilio y El regreso. Pero dentro de los capítulos se revuelve todo: 
Primero: la manera de contar, la mezcla de monólogo interior en tercera persona con monólogo interior en primera persona. Este es destacado por letra itálica y cuenta la historia desde la perspectiva de un personaje.
Segundo: el tiempo, porque el monólogo interior salta del presente al pasado o al futuro posible y en el medio hay pensamientos y emociones fuera del marco temporal.
Esto no hace fácil la lectura, hay que fijarse en todos los detalles de los pensamientos revueltos de cada personaje, para no perderse alguna información importante. Me costó meterme en las cabezas de los protagonistas de la historia, pero a la vez me sentí muy cerca de ellos.
Llegué a entenderlos a todos, su forma de ser y sus razones para actuar, pero ninguno es mi personaje favorito:
El padre, Zeno Mayfield, siempre está dividido entre la apariencia de su familia ante la sociedad de Carthage, sus opiniones progresistas y su posición tradicional en la familia y en su casa.
La madre Arlette actúa como la sirvienta de la casa. Al final se libera de su papel y su de casa gracias a la tragedia vivida.
Juliet es la “all american girl” que quiere vivir un cuento de hadas perfecto y cree en todos los estereotipos de la sociedad americana, pero al final encuentra una felicidad práctica lejos del cielo rosa de su juventud.
Brett Kinkaid, su guapo prometido, se va a Iraq para defender los ideales americanos. Allí vive las atrocidades de sus compatriotas y él es incapaz de impedirlas. Vuelve gravemente herido, ya no es guapo y encima es minusválido. Su mente perturbada con claros signos de PTSD (Trastorno de estrés postraumático) mezcla la muerte violenta de una niña en Iraq causada por sus compañeros con su rechazo hacialas insinuaciones de Cressida que provoca que se fugue y desaparezca. 

Cressida, la hija lista, está en el centro de la historia y todo se gira alrededor de este personaje. Ella se cree alguien muy importante, pero depende mucho de la opinión de otras personas. Este conflicto la hace vulnerable y ante cualquier ofensa verdadera o imaginada reacciona fugandose. Cressida retrocede, como lo hace por ejemplo en el curso de matemáticas de apoyo, cuando la llaman fea sin pensar. Después no sabe salir de los muros que ha levantado alrededor de si misma. 
Se nota que Cressida tiene rasgos autistas. Ella cree que es un alma herido y por eso parecido a Brett con su PTSD. Cuando él y Juliet se separan, busca su amor pero él la rechaza.
Rescatada por Haley vive en el exilio como Sabbath McSwain y trabaja para el investigador. Esto termina, cuando entra en la cámara de ejecución de la prisión y se tumba en la mesa, donde envenenan a los prisioneros para cumplir la pena de muerte. Cressida piensa en su propia culpa y decide volver a casa. Allí hace las paces con su familia y quiere ocuparse de Brett, al que sólo le queda un año de prisión por su ataque a otro prisionero.
Pero, este resumen no abarca toda la novela y creo que los temas sociales que la autora expone son más importantes que los personajes.
Claro, el tema de la joven buscando su camino en la vida es algo común en las novelas de Joyce Carol Oates como indican las reseñas. Pero esto es sólo el fondo para una crítica profunda de la sociedad americana. 
Asociado a Brett Kinkaid está la crítica a la guerra que transforma personas civilizadas en bárbaros y bestias que violan y matan porque pueden hacerlo sin consecuencias.
También hay varias críticas relacionadas con el investigador que él mismo resume en sus libros bajo el título común “¡Que Vergüenza!”
Las instalaciones psiquiátricas y el abuso de jóvenes con enfermedades mentales, jueces corruptos que aceptan sobornos. La última investigación concierne el sistema penitenciario en Estados Unidos y la pena de muerte. Bajo el alias de Cornelius Hinton se encuentra en el medio de esta investigación y la autora nos pone con él y Cressida en una prisión de máxima seguridad. La visita guiada deja claro la brutalidad, la inhumanidad y la injusticia del sistema penitenciario que no conoce la reintegración, sólo la venganza.
En términos generales, Oates me parece una autora muy hábil, segura en su estilo y convincente. No es una exageración que la quieren presentar para el premio Nobel de literatura.
Aún así tengo dos críticas. La parte en el medio, “Exilio”, y el trabajo del investigador no tienen mucho que ver con el resto de la novela. Lo mismo me pasa con el título “Cartago” que parece haber sido elegido al azar.


Por lo que a mí respecta: Una vez acostumbrado al estilo de Joyce Carol Oates, a su manera de escribir, de desarrollar sus  personajes y sus temas, la novela me cogió y no me dejó suelto hasta acabarla. La novela no me ha convencido del todo, pero sí me ha gustado.

Stefan, Las Palmas de Gran Canaria

El edificio Yacobián


sábado, 18 de julio de 2015

Música para feos

Galardonado con el Nadal (en 2000) y el Planeta (en 2012) por dos títulos de la serie  que protagonizan los guardias civiles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, este ya  consagrado escritor de novela negra española nos sorprende con una obra que se aparta (tal vez no del todo) de sus patrones de trabajo habitual para volver a la senda de la novela de amor que comenzó a explorar -aunque pronto abandonaría- con "La flaqueza del bolchevique",  obra con la que  llegó a ser finalista del Nadal en 1997, tres años antes de que se alzara con este galardón gracias a "El alquimista impaciente".
         El texto de la contraportada con el que la editora resume el libro acaba justamente diciendo que "Esta es una historia de amor", y no es mi propósito ponerlo en duda, ni creo que nadie que la haya leído lo haga; pero pienso sinceramente que, aun siendo una historia de amor la que se narra, la obra no es sólo ni exclusivamente una novela de amor, pues en ella se abordan, de forma más o menos colateral, otros  temas de interés o de actualidad, como el conflicto bélico de Afganistán y la participación del Ejército español en misiones internacionales, la experiencia límite de la guerra, o  la crisis económica y la degradación profesional y moral que, como consecuencia de ella, sufren determinados estamentos (el caso de Mónica, que aspira a ejercer el periodismo con dignidad, pero tiene que conformarse con un trabajo que odia como productora o ayudante de producción de un programa de tele-basura es un ejemplo), o el acercamiento entre generaciones y modelos de vida radicalmente distintos.
         Lorenzo Silva teje con maestría una intensa historia de amor, pero, no conforme con ello, se vale de esta relación sentimental como "percha", de la que, casi sin que el lector se dé cuenta, va colgando esos otros temas aptos para la reflexión, que a la postre resultan casi tanto o más interesantes que la propia relación que mantienen Mónica y Ramón, o al menos a mí así me lo parece. Llegados a este punto, la pregunta que me hago, y que me gustaría trasladar a mis compañeros de Macondo, es si la relación amorosa entre Ramón y Mónica no será, acaso, la "excusa perfecta" de la que el escritor se vale para acercarnos a otras historias,  otras preocupaciones....
         No obstante, y a diferencia de algunas de las última novelas que hemos leído, como "El nadador" o "La última confidencia del escritor Hugo Mendoza", que eran la "opera prima" de sus respectivos autores y pecaban tal vez de "excesivas", "Música para feos" tiene en mi opinión la justa medida. El autor no se extiende más de lo necesario para contar la historia que tiene en mente, y eso es algo que se agradece. Silva es un escritor veterano, con casi una veintena de obras en su haber, y no sufre esa tentación de querer abarcarlo todo o de ofrecernos una cosmovisión completa, como -en mi opinión- hemos visto por ejemplo en Camps. En una entrevista reciente le escuché decir que para contar una buena historia generalmente bastan unas 400 páginas, pero que si además es una historia sencilla y su autor sabe plantearla, podría bastar incluso con la mitad. Lorenzo Silva es un autor prolífico y, antes de hacernos caer en el tedio o el aburrimiento, prefiere guardarse las ideas o historias que   desea compartir para futuros libros.
         "Música para feos" es una novela corta, sencilla, sin grandes alardes literarios, pero tampoco debemos pensar que sale de una "fábrica de churros", ni del encierro de un mes de verano en el particular "rincón creativo" del autor. Tal vez para alejar esa sospecha, al final de la novela se recogen las fechas entre las que fue escrita (entre el 14 de julio de 2014 y el 28 de febrero de 2015) y los lugares por los que transitó en un curioso y amplio periplo (Desde Herat a Alicante, pasando por Getafe, Viladecans, Pájara, Tokio, Madrid y Astorga), que -intuyo- tampoco ha sido gratuito. Silva ha confesado que la historia de la novela (y sospecho que se refiere más al aspecto militar que a la vertiente puramente amorosa) llevaba ya mucho tiempo rondando su cabeza, y cuando comienza a escribirla se traslada a Herat, donde convive durante una semana con los militares españoles destacados allí en misión internacional en el verano de 2014. Visita también, con el propósito de inspirarse y hacer acopio de material literario, la base del Mando de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra en Rabasa (Alicante), e intercambia impresiones con integrantes de los equipos de "francotiradores" del  Ejército español. Supongo que su paso por Pájara (Fuerteventura) responde a ese mismo interés, para conocer el trabajo de las fuerzas especiales en los campos de tiro del Sur de la Isla. Sin que ese sea su propósito último, ni tal vez esté en la mente del escritor al comenzar a escribir la novela, es evidente que "Música para feos" acaba siendo también un particular homenaje a las fuerzas especiales del Ejército, y un intento por acercarse a la mente y los sentimientos de una figura, la del "francotirador", que de forma casi instintiva puede repugnarnos. Difícil tarea que se propone y consigue tras escuchar por boca de sus protagonistas "historias que, en algún caso -como nos dice en el capítulo final de agradecimientos de la novela- nunca habían salido a la luz".
         Y ésta es, en mi opinión, una de las razones que justifican que el autor se valga de una voz femenina, la de Mónica, que voluntariamente se acerca a una realidad que para ella es (tal vez como para el mismo autor) desconocida y chocante con la idea de comprender mejor al hombre al que amó y perdió en trágico accidente. La voz (no en vano es la de la narradora), pero sobre todo la mirada de la protagonista ayudan a "humanizar" mínimamente la imagen que el autor quiere hacernos llegar de los militares destacados en misiones especiales, como las de Irak o Afganistán. Fundamental es también para ello el protagonismo de Jaime, el "poeta soldado", amigo íntimo de Ramón, que es quien al final da respuesta a muchas de las preguntas que "martillean" la conciencia de Mónica, y que Ramón jamás quiso o pudo responder. Y no resulta baladí que ese personaje de ficción, llamado Jaime en la novela, esté inspirado (como el autor mismo desvela en el capítulo de agradecimientos) en una personaje real, Guillermo de Jorge, soldado de Infantería y autor de un poemario titulado "Afganistán: diario de un soldado".
         Cuando propuse mi terna de lecturas para que ustedes escogieran, debo decirles que "Música para feos" era la última de mis opciones. Me decidí a incluirla, junto a las últimas novelas de Umberto Eco y Manuel Vicent, porque ese mismo día escuché a Lorenzo Silva en un entrevista en la Cadena SER y consiguió despertar en mí un gran interés; en primer lugar, porque se apartaba del género policiaco; en segundo lugar, porque la protagonista era una joven periodista que vivía en sus carnes las consecuencias de la crisis, y "at last, but not least", porque desvelaba que la narradora era "una voz femenina". Yo creía  que se trataba simplemente de un reto, de una especie de desafío técnico, algo que tampoco es tan infrecuente en la Literatura universal (ejemplo paradigmático en la Literatura española es el de "Cinco horas con Mario", de Miguel Delibes); pero, tras haber leído la novela, creo que es un recurso literario esencial: Lorenzo Silva quería acercarnos a la realidad de los militares destacados en misiones internacionales, y en particular a la figura del francotirador y sus posibles reservas morales y/o remordimientos, y para ello una "mirada femenina" era infinitamente más útil que la de un hombre. Silva se proponía acercarse a esa realidad desde la distancia (podía haberlo hecho desde la visión de un soldado, en el frente de batalla, pero esa opción no permitía quizás tantos matices); al tiempo que deseaba también ayudarnos a empatizar y comprender, y para ello nada mejor que hacerlo desde el punto de vista de una mujer enamorada.
         Acertado en la temática, acertado en el punto de vista narrativo y acertado en la longitud y la forma de la narración, creo que Lorenzo Silva acierta también en los diálogos, esenciales en un relato que prácticamente se circunscribe a dos principales protagonistas (Ramón y Mónica), aunque durante la mayor parte del tiempo dichos diálogos se desarrollen a 6.000 kilómetros de distancia. No creo que sea algo novedoso en la narrativa moderna, pero me llama la atención la forma en la que se pruduce el diálogo, a través del servicio de mensajería de Skype y a través del Whatsapp, fundamentalmente, circunstancia a pesar de la cual no creo que ese diálogo difiera en exceso del que hay presente en la novela clásica. Creo que es un diálogo directo, natural y espontáneo, el propio entre personas que acaban de enamorarse y comparten sentimientos y gustos, en particular su gustos musicales. ¿Comparten ustedes mi opinión en este análisis?
         Y otro acierto en la novela es, a mi parecer, el de su "banda sonora", aspecto que, si bien he dejado para el final de mi comentario, no por ello considero que sea menos esencial. Antes al contrario, me parece uno de los grandes logros de esta obra, que no en vano lleva la "Música" (lo de que sea "para feos" o para guapos es lo de menos) al mismísimo título, en claro homenaje también a Leonard Cohen y su "Chelsea Hotel nº 2". Varias veces he comentado en nuestras comidas del Gabinete que me encanta buscar y reproducir en "Youtube" los temas musicales que aparecen en las novelas porque es algo que me ayuda a recrear el "ambiente" en el que discurren las tramas y a imbuirme además de la atmósfera que envuelve al propio autor cuando escribe. Es como cuando lees una novela en la que reconoces el espacio narrativo. Últimamente se ha puesto de moda el turismo literario, aquel que nos invita a conocer de cerca los lugares que transitan los personajes de ficción de algunas novelas (como las de Larsons, el Ulises de Joyce o "El Código Da Vinci" de Dan Brown). De parecido o igual modo, creo que para los aficionados a la lectura podría tener mucho éxito una suerte de conciertos o audiciones literarias, basados en los gustos de nuestros autores o personajes de novela favoritos.
         No sé cuántos de ustedes se habrán conectado a Youtube o se habrán descargado el código para escuchar los temas que nos propone Lorenzo Silva en esta novela; pero créanme, si no lo han hecho, que merece mucho la pena, sobre todo para los que sean más o menos coetáneos del autor, porque revivirán algunos hitos de los 80, entremezclados con temas de la última década, cuyas propuestas van alternando Mónica y Ramón, la mayoría de las veces en un juego de intercambio a través del whatsapp, que tiene tanto de encanto como de verosimilitud, en estos tiempos en que todos recurrimos a este vehículo de intercomunicación para casi todo.
         No obstante,  en "Música para feos" los temas que se mencionan  no son un mero aderezo ni un simple telón de fondo para ambientar la historia que se nos cuenta, sino que constituyen en sí mismos un relato paralelo, y así lo ha declarado el autor en alguna entrevista. La novela consta de 21 capítulos, y cada capítulo alude a un tema musical que ha sido cuidadosamente escogido, lo mismo que los fragmentos que de ellos se citan, en una sucesión de secuencias que conforman un relato poético complementario de la historia. Muchas veces nuestra propia memoria se construye a base de sensaciones o recuerdos musicales que nos han ido marcando a lo largo del tiempo. Por eso es tan importante la música en la relación sentimental que nace entre Ramón y Mónica. El intercambio de canciones a través del whatsapp es una forma que permite el acercamiento entre dos personas de generaciones y ámbitos profesionales aparentemente muy diferentes, que al final -y gracias, entre otras cosas, a la música- resulta que no lo son tanto.
         Me temo que la novela recibirá algunas críticas, pero confío en que al menos algunos  la hayan disfrutado tanto como yo. Para mí, Silva nos brinda en "Música para feos" una historia hermosa y redentora, que a la postre, y a pesar de ese final trágico, nos deja también un halo de fe y esperanza. "We are ugly, but we have the music", es, como aquel clásico "Siempre nos quedará París", un mensaje redentor y esperanzador al mismo tiempo.

Las Palmas de Gran Canaria, 26 de julio de 2015
Laureano Pérez

         

La última confidencia del escritor Hugo Mendoza

La Última Confidencia del Escritor Hugo Mendoza
Joaquín Camps

            Primera novela de Joaquín Camps, profesor de la Universidad de Valencia, que nos propone, a partir de la búsqueda del escritor Hugo Mendoza por parte de Víctor Vega, profesor de literatura, sumergirnos en todo un mundo de misterio, amor, humor y , también , en algunas situaciones que son un puro despropósito.
            Partiendo de un relato inicial que considero lo mejor del libro, sin lugar a dudas, nos va presentando toda una serie de personajes que no van a dejar indiferente al lector y que van desde un capo de la mafia rusa a una monja de clausura experta en temas informáticos pasando por la mejor amiga de Víctor Vega, Paloma, experta en matemáticas, histriónica, mal hablada y que sirve de contrapunto a un Víctor que se debate entre la búsqueda de Hugo y el encuentro, quizás no accidental, del que parece ser  su “ primer” amor.  A todo ello se añaden las pinceladas que nos aporta de los libros de  Hugo Mendoza que realmente están tan  bien escritos que dan ganas de ir a la librería a comprarlos de inmediato.
            Y es que en el libro hay hueco para todo; para intentos de homicidio, sexo, persecuciones al más puro estilo de las películas norteamericanas, amor tierno, amor atormentado, amor no correspondido, pederastia, denuncias falsas, la crueldad del mundo de los negocios con malos muy malos, guardias civiles, policías con gabardina que recuerdan al gran Colombo y todo ello alrededor del misterioso Hugo Mendoza en una trama que si por algo se caracteriza es por estar perfectamente estructurada, por enganchar desde el principio y por no dejar cabos sueltos, o quizás sí , eso en realidad depende un poco del lector. Vamos que si se hubiese publicado al otro lado del charco probablemente ya estaríamos hablando del próximo estreno de la película o, mejor dicho, de la primera parte de la película porque el libro da para mucho, porque las historias que se cruzan son varias y cada una es capaz de aportar una gran cantidad de sensaciones al lector que , si no fuera por esa casi matemática organización que propone el escritor, podría llegar a perderse .
Todo ello es perfectamente compatible con el hecho de que el autor haya sido también capaz de plantear situaciones que, por momentos,  hacen reflexionar al lector  y es que , tal y como se indica en el libro “ a veces inventamos personas y las inventamos tan bien y tan a nuestra medida que se hace muy difícil olvidarlas….”  , o que haya incorporado al relato frases como la que pone en boca de Azaña que viene a ser una gran verdad, esto es, “ si en este país la gente hablara solo de lo que sabe se haría un gran silencio nacional que podríamos aprovechar todos para estudiar un poco
            Si te compras el libro pensando en leer algo entretenido y que te sirva para pasar el verano tumbado en la playa o la piscina sin duda no vas a arrepentirte de haber pagado su precio, no te va a defraudar y, desde luego, a pesar de sus más de setecientas páginas vas a querer terminarlo para saber cómo se resuelven todos los enigmas que van apareciendo a lo largo del camino.


Nicolás, Las Palmas de Gran Canaria a 18 de julio de 2015.

domingo, 3 de mayo de 2015

El Nadador


Macondo

El 23 de abril de 2015 en el cultural de El Pais Winston Manrique Sabogal publicó este extraordinario trabajo referente al mítico Macondo. En homenaje a Gabriel García Marquez y al autor del mismo, edito esta entrada en nuestro blog para general conocimiento.

Las raíces reales y literarias de Macondo
Un día, el niño Gabriel García Márquez (1927-2014) iba asomado a la ventana en un tren amarillo, que no paraba de soltar serpientes de humo con cada pitido, y leyó en la entrada de una finca un letrero metálico azul que en letras blancas decía: Macondo. Y la palabra voló a esconderse en algún refugio de su memoria.
Macondo no nació el día que todos creen. Macondo tiene siete actas de fundación: tres tienen que ver con la aparición de este territorio de ficción en sendos libros; dos son citadas por primera vez por el autor sin que sus libros hayan sido publicados, y las otras dos provienen de sus vivencias que darán origen a ese pueblo mítico. Para dar con sus raíces hay que desandar la ruta de la imaginación de la gente a lo real.

En el imaginario universal ese territorio nace en el arranque de Cien años de soledad (1967): “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.
Aunque la primera presencia para los lectores estaría en el propio título de un relato de 1955: Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, en origen titulado El invierno. Otra pista falsa, porque la primera vez real que la gente lo lee es en el relato Un día después del sábado, con el que en 1954 gana el Premio Nacional de Cuento, donde se narra: “Pero ese sábado llegó alguien. Cuando el padre Antonio Isabel del Santísimo Sacramento del Altar se alejó de la estación, un muchacho apacible, con nada de particular aparte de su hambre, lo vio desde la ventana del último vagón en el preciso instante en que se acordó de que no comía desde el día anterior. Pensó: ‘Si hay un cura debe haber un hotel’. Y descendió del vagón y atravesó la calle abrasada por el metálico sol de agosto y penetró en la fresca penumbra de una casa situada frente a la estación donde sonaba el disco gastado en el gramófono. (...) Y ahí penetró, sin ver la tablilla: Hotel Macondo; un letrero que él no había de leer en su vida”.
La realidad es que García Márquez incorpora la palabra Macondo por primera vez entre 1948 y 1949, cuando escribe la que habría de ser su primera novela: La hojarasca, publicada en 1955. Y lo hace en la narración introductoria: “De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. (…) hasta los desperdicios del amor triste de las ciudades nos llegaron en la hojarasca. (…) Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir alguna vez. (…) Entonces pitó el tren por primera vez. La hojarasca volteó y salió a verlo y con la vuelta perdió el impulso, pero logró unidad y solidez; y sufrió el natural proceso de fermentación y se incorporó a los gérmenes de la tierra”. Y es una línea más abajo cuando el escritor deja constancia de la fecha más antigua de ese pueblo en la tierra, al fechar ese informe así: “Macondo, 1909”.
Ficciones que hunden sus raíces en la realidad. En este desandar la estación inaugural está a comienzos de los años 50 cuando acompaña a su madre, Luisa Santiaga Márquez, a vender la casa de los abuelos maternos, con los que él vivió sus primeros años, en Aracataca. En ese viaje de reencuentro el mundo que quería contar empieza a tomar cuerpo. García Márquez arranca sus memorias Vivir para contarla, de 2002, evocando aquel viaje. Los dos se alejan del mar de Barranquilla para tomar una lancha motor que los lleve al otro lado de la ciénaga, tierra adentro, allí toman el tren que los cruzará por platanales, pueblos refundidos en la memoria. Llegan a la hora de la siesta. Madre e hijo caminan bajo un sol inclemente por las calles polvorientas rumbo a la Casa. Fue. Fue. Fue. Eso es Aracataca mientras avanzan. La madre se encuentra con su comadre, se abrazan, lloran, a su lado el joven periodista con sueños de escritor mira, y, poco a poco, tras un largo viaje por calles pavimentadas, ciénagas, un tren que se adentró en el calor y los pasos en un pueblo sonámbulo, ve cómo las ideas literarias que le revoloteaban empiezan a armar el rompecabezas: “Cuando el tren arrancó, con una pitada instantánea y desgarradora, mi madre y yo nos quedamos desamparados bajo el sol infernal y toda la pesadumbre del pueblo se nos vino encima. (…) Todo era idéntico a los recuerdos, pero más reducido y pobre, y arrasado por un ventarrón de fatalidad”.
En realidad, el Nobel colombiano ya había plasmado este episodio en un cuento en 1962. Fue en La siesta del martes, pero mezclado con un acontecimiento que de niño le impactó: la muerte de un ladrón a manos de la dueña de la casa y la visita que hicieron la madre del difunto y su hermana pequeña para llevarle flores a la tumba, tras un largo viaje en tren en medio de platanales y pueblos sin nombre hasta apearse y caminar silenciosas a la hora de la siesta: “El pueblo flotaba en el calor. La mujer y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra”.
Y la verdad se remonta a aquellos años infantiles cuando él ve que una finca junto a la vía del tren se llama Macondo. En Vivir para contarla escribe: “Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética. Nunca se lo escuché a nadie ni pregunté siquiera qué significaba. La había usado ya en tres libros míos como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina. Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyka existe la etnia errante de los makondos y pensé que aquel podría ser el origen de la palabra”.
Lo cierto es que vendieron esa casa donde nace el verdadero Macondo. Los años que vivió con su abuela Tranquilina Iguarán Cotés y su abuelo el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Lo cierto es, también, que Macondo tiene una vida circular porque es hasta Cien años de soledad, en 1967, donde se cuenta su origen. Y ahí se juntan la realidad geográfica e histórica de Aracataca y de su lugar mítico. La única vía de llegar a Aracataca desde Barranquilla coincide con el viaje que hizo con su madre en los 50: “En su juventud él (José Arcadio Buendía) y sus hombres, con mujeres y niños y animales y toda clase de enseres domésticos, atravesaron la sierra buscando una salida al mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo para no tener que emprender el viaje de regreso. Era, pues, una ruta que no le interesaba, porque solo podía conducir al pasado”.
Así, Macondo quedó lindando al oriente con una sierra impenetrable, al sur por los pantanos y una ciénaga sin límites, al occidente con una “extensión acuática sin horizontes, donde había cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el hechizo de sus tetas descomunales, y al norte la salida inencontrada al mar”. Se quedaron allí porque a medida que avanzaban la naturaleza se cerraba detrás de ellos. “Un espacio de soledad y olvido, vedado a los vicios del tiempo”.